“¿Amor y fidelidad para siempre?” | Diario El Norte


Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (Mc 10, 2-16).

Por monseñor Hugo Norberto Santiago
Obispo de la Diócesis de San Nicolás

   «Se acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: “¿Es lícito para el hombre divorciarse de su mujer?”. Él les respondió: “¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?”. Ellos dijeron: “Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella”. Entonces Jesús contestó: “Si Moisés les dio esta prescripción, fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, ‘Dios los hizo varón y mujer’. ‘Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne’. De manera que ya no son dos, ‘sino una sola carne’. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. Él les dijo: “El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquélla; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio”». Palabra del Señor.

La infidelidad duele

Jesús es tan claro en afirmar que el varón o la mujer que se divorcia y se casa con otra o con otro, según sea, comete adulterio, que habría que arrancar esta página del Evangelio para decir lo contrario. Esto significa también que el cónyuge que se queda solo porque su pareja se fue con otro, o con otra, no comete adulterio –aunque sufra la frustración–, el pecado se da en la nueva unión. Esta afirmación tan fuerte de Jesús probablemente se basa en el carácter sagrado del amor y en las dolorosas consecuencias de la separación, tanto para los cónyuges como para los hijos.

Lo que el amor es

El punto está en lo que el amor de pareja es. Naturalmente hablando, hay síntomas claros de que cuando uno se enamora de verdad, piensa algo así: “Quisiera que estuviésemos juntos para siempre”. Dos enamorados nunca piensan ni quieren que la relación sea por un tiempo solamente. Otra cosa fácil de constatar en el proceso del amor es que al principio se da el “deslumbramiento”, los enamorados quisieran estar siempre juntos porque viven una especie de éxtasis del placer del amor, aunque el deslumbramiento naturalmente pasa y luego, en un proceso prolongado de conocimiento que naturalmente se profundiza, aparece la necesidad de crecer y amar al otro tal cual es, con sus virtudes y sus defectos. Tampoco es difícil de constatar que el amor “rescata”, es capaz de hacer mejor al otro, de hacerle superar sus defectos y sus adicciones. Si uno es realista y se conoce, no se escandaliza al encontrar defectos en el ser amado y acepta que en la madurez del amor ha llegado la hora de ayudarse mutuamente a crecer.

Amor e hijos sanos

El otro punto que hace ver la necesidad de fidelidad y estabilidad en el amor es que además del aspecto unitivo, el amor de pareja tiene un aspecto fecundo; lo natural es que el fruto de la unión total de un varón y una mujer sean los hijos; éstos pertenecen a ambos esposos, tienen las características genéticas, las facciones y el carácter de ambos, son una unidad; por eso a los hijos les cuesta tanto la separación de sus padres, porque es como si esa separación los partiera en dos; de allí que sufren bloqueos afectivos, no pueden concentrarse o estudiar, están tristes y habitualmente quisieran, con toda el alma, que sus padres se reconciliaran y volvieran a estar juntos después de la crisis. La estabilidad en el amor familiar es probablemente el condimento esencial para formar personas psicológicamente sanas, abiertas, comunicativas y solidarias. Tal vez por eso Jesús tomó con tanta seriedad la importancia de un amor fiel.

Sanar el amor

El sacramento del matrimonio, normalmente conocido como “casamiento por Iglesia”, sale al paso de estos límites del amor humano causados por el pecado; la gracia de Cristo sana y hace crecer el amor de los cónyuges, haciéndolos capaces de amarse como Él nos amó, es decir, en las buenas y en las malas hasta el sacrificio de sí. El sacramento del matrimonio alcanza a los cónyuges la capacidad de un amor creciente y fiel, un amor maduro y realista que sabe desde el vamos que para amar de verdad se necesita la ayuda de Dios y que es profundamente placentero disfrutar y hacer feliz al ser amado, que es maravilloso descubrir el propio rostro, las propias facciones y características y las del ser amado en los hijos fruto del amor de ambos.

Buen domingo.



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